SAN AGUSTÍN

Aurelio Agustín nació en Tagaste, el 13 de noviembre del año 354. Fueron sus padres Patricio y Mónica. Por la pluma de Agustín sabemos que su padre era munícipe de la ciudad, de recursos no muy abundantes, "por una parte extremadamente cariñoso, por otra arrebatado de ira". Se bautizó antes de morir. Su voluntad de que Agustín "hiciera carrera" dice mucho a su favor. Mónica es retratada en las Confesiones como educada en la fe cristiana desde niña, fiel esposa, madre piadosa y consciente de la misión de alumbrar a su hijo en la fe. En el mismo libro puede rastrearse su peregrinación espiritual, paralela a la de su hijo Agustín.

 

Tagaste era una pequeña ciudad del Norte de África, distante unos 300 kilómetros del mar. Pertenecía a la provincia de Numidia, sometida al poder de Roma. Vivía de la agricultura (trigo, aceite, vino), de la ganadería y de la caza.

 

Agustín estudió las primeras letras (Primaria) en Tagaste. Era inquieto, gozaba del juego y la amistad, temía los azotes, repudiaba la escuela y aborrecía el griego. Su madre le infundió, en este período, la huella de la fe cristiana y fue signado con la señal de la cruz en el nombre de Jesús, pero, según la costumbre de entonces, no recibió el bautismo.

 

Estudió en Madaura, ciudad cercana a su pueblo natal, lo que podríamos llamar su Secundaria. Hubo de pasar un año en casa por falta de recursos. En las Confesiones lo considera un año muy nocivo. Allí nos cuenta sus afanes juveniles, sus amistades y el despertar de su sexualidad.

 

En el año 370, fue a Cartago para hacer sus estudios superiores de Retórica o Elocuencia. Tenía 17 años. La ciudad era un hervidero de ideas, oficios y pasiones. Buen estudiante, su vida personal y sus ideales no corrían parejos con los avances del estudio. La lectura del Hortensio, de Cicerón, es considerada por él como un antecedente de su conversión.

 

Cayó en manos del maniqueismo, doctrina un tanto ecléctica, basada en el dualismo y con reminiscencias esotéricas, cristianas y paganas. Tomó conviviente y el año 374, cuando contaba 20 de edad, terminó sus estudios. Vuelto a Tagaste estableció una escuela de Gramática que regentó poco tiempo. Sus creencias escandalizaron y preocuparon sobremanera a su madre Mónica.

 

Bautizado por San Ambrosio el día de Pascua de 387, regresa al África con la determinación firme de dedicarse a vivir su fe. En Ostia Tiberina, cerca de Roma, fallece Mónica, sin alcanzar el regreso a su tierra.

 

Como pastor prosiguió viviendo en comunidad con sus monjes. Fueron sus principales ministerios los de predicador infatigable, escritor erudito, juez, defensor de la unidad de la Iglesia, velador de la pureza de la tradición, atalaya de las costumbres. Viajó constantemente para predicar, polemizar, participar en concilios.

 

Murió a los 76 años -430- en Hipona, recitando los salmos y animando a los defensores de la ciudad contra los invasores que, comandados por Genserico, la tenían cercada y la arrasaron después de su muerte. Sus restos fueron trasladados a Pavía (Italia) donde descansan velados con veneración por la Orden de San Agustín.

 

Su vida santa, su celo y sabiduría lo hicieron faro de la Fe en su siglo, pero el destello de su influencia ha traspasado las tinieblas de los siglos y es acariciado por la Iglesia de todos los tiempos. Es una de las lumbreras cristianas. Concilios, Papas, Teólogos, Escritores, Predicadores, vuelven sus ojos a él y lo citan profusamente.